martes, 7 de octubre de 2014

Reflexión nº 3 

Civilizar la muerte 

Hoy aparco unos días el tema de la invisibilidad enferrmera para reflexionar sobre la muerte en nuestros hospitales. 

   Cuando hablamos de la muerte hablamos de una cesación, de un "dejar de ser", de pasar de "ser real" a "ser mortal" sin que ello signifique que esa cesación sea completa, pues  persistirán en el tiempo los lazos invisibles de nuestra naturaleza como ser. 
   La muerte, la propia muerte, es irreductible e intransferible; es "mi muerte" y, por lo tanto, no es un accidente absurdo en el proceso de la vida, sino la culminación de ésta, el momento que le da sentido, que otorga al pasado su verdadero valor, el momento más íntimo de la persona. Y es en esta intimidad en la que toda persona quiere morir: en la intimidad de su yo; en la intimidad del acompañamiento de quien le rodea; en la intimidad de su espacio vital, de sus recuerdos, de su mundo y de sus objetos.
   1. Todo esto se pierde cuando la muerte se produce en un entorno hostil, como es el de nuestros hospitales: la persona se ve apartada de su intimidad, ha de "desnudarse" ante la compañía de desconocidos, ha de sufrir la violencia de lo evitable y el dolor de acciones inútiles. Nos encarnizamos bajo la frase "haremos todo lo posible" sin entender que no existe ya "posibilidad" sino "realidad" y "necesidad": realidad del ser que cesa y necesidad de esa cesación, de la muerte de ese ser. Nos obstinamos en prolongar lo improrrogable, lo inaplazable y además lo hacemos ensañándonos con el ser que se dispone a morir. en el fondo, de lo que estoy hablando no es de un "dejar morir" sino de un "ayudar a morir". ¿De qué os sirve saber cómo actúa ese fármaco en mi sangre, si para ello he de sufrir?¿De qué os sirve saber cómo ha crecido mi otro yo dentro de mí, si para ello he de sufrir? ¿De qué os sirve intentar saber lo que nunca llegáis a saber, si para ello he de sufrir? 
 
    2.¿Por qué nos empeñamos en negarnos a nosotros mismos la única decisión libre que nos és permitida en esta vida? ¿Continuar o no con mi vida? ¿Por qué quién elige es otro por mí? ¿Por qué nuestra decisión, a veces, lo és en función de los que nos rodean? ¿Dónde esta mi libertad para decidir? ¿Quién me ayudará en la decisión?
  
3. Civilicemos la muerte. Civilicemos el acto de morir. Mira a tu paciente moribundo y piensa que está en su tiempo de morir. Respeta su intimidad. No actúes como si de otro paciente se tratara. 



"...¿Por qué la muerte humana sigue pareciéndose todavía a la muerte animal? ¿Por qué nuestras agonías son tan solitarias y tan primitivas? ¿Por qué no habéis logrado civilizar a la muerte?  Y pensar que esta cosa tan terrorífica que és la agonía reina entre nosotros tan salvaje como en los primeros días de la creación. ¡No se ha hecho nada en su contra en el curso de milenios, és un tabú salvaje que no se ha tocado siquiera! Tenemos la televisión y usamos mantas eléctricass, pero seguimos muriendo salvajemente (...) Reclamo unas Casas de la Muerte donde cada uno tuviera a su disposición medios modernos que facilitasen su partida. Donde se pudiese morir cómodamente sin necesidad de tirarse debajo de un tren o colgarse de un picaporte. Donde un hombre cansado, estropeado, acabado, pudiera entregarse a los brazos amistosos de un especialista que le asegurase una muerte sin tormento ni vergüenza.
¿Por qué no?, pregunto, ¿por qué no? ¿Quién os impide civilizar a la muerte? ¿La religión? Ah, esa religión... que hoy prohíbe el suicidio, ayer prohibía no menos ruidosamente los analgésicos y anteayer permitía el tráfico de esclavos y perseguía a Copérnico y Galileo (...)

El chantaje contenido en la obstaculización artificial de la muerte es una canallada que atenta contra la más valiosa de las libertades humanas. Porque mi libertad suprema consiste en que a cada instante me puedo hacer la pregunta de Hamlet: "¿ser o no ser?", y contestarla libremente. Esta vida a la que estoy condenado puede pisotearme y denigrarme con la crueldad de una bestia salvaje, pero hay en mí un dispositivo maravilloso y soberano: puedo privarme a mí mismo de la vida. Si quiero, puedo no vivir. Yo no he pedido venir al mundo pero al menos me queda el derecho de marcharme..., y éste es el fundamento de mi libertad. Y también de mi dignidad (porque vivir con dignidad quiere decir vivir voluntariamente). Pero el derecho fundamental del hombre a la muerte -que és uno de los que deberían figurar en las constituciones-, ha sufrido una confiscacón paulatina e imperceptible; por si acaso lo habéis organizado todo de manera que morir sea lo más difícil posible... y lo más terrible..., que sea más difícil y más terrible de lo que debería ser dado el nivel actual de la técnica. (...)"
                                             Witold Gombrowicz. Diario (1953 - 1969)

  

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